Cada vez somos más las personas cuya jornada de trabajo es impredecible y está sujeta a cambios en las prioridades, imprevistos constantes y cargas de trabajo que no sabemos manejar bien. Y, a pesar de todos los cursos y aplicaciones para gestionar el tiempo a los que recurrimos, las mismas quejas y problemas persisten en el tiempo.
“Siempre estoy apagando fuegos, no consigo tiempo para hacer trabajo de calidad.”
“Se me va la jornada y me doy cuenta de que no he hecho nada de lo que tenía pensado”.
“Nunca estoy segura de qué debería estar haciendo en cada momento. Las prioridades no están claras.”
“Me cuesta decir que no, y acabo con más tareas de las que puedo hacer.”
“Planifico todas las semanas con mucho cuidado, pero nunca consigo que se cumpla la programación.”
Al directivo le toca vivir en permanente APARENTE contradicción.
Las personas tendemos a clasificar a las personas: “este es cortoplacista”, “este es idealista”, “este es agresivo”, “este es sumiso”. Eso nos hace la vida fácil, nos hace tener la sensación de que vivimos en un entorno más sencillo, predecible y por lo tanto seguro. Encasillar es fácil y minimiza el número de variables que tenemos que manejar cuando analizamos nuestro entorno, minimiza la energía que gastamos procesando información y decidiendo. Pero lamentablemente, estas simplificaciones nos hacen cometer errores de juicio, sobre todo cuando evaluamos a personas capaces de adaptar sus pautas de comportamiento según las circunstancias.
Y deben serlo. Mi objetivo, por eso no es hablar de los directivos sino de porque las organizaciones son extremadamente torpes y lentas y en qué debemos enfocarnos para agilizarlas, pero primero quiero compartir con vosotros un determinado punto de vista, simple, pero que facilita sobremanera entender qué pasa en todas las empresas.
La función principal de cualquier directivo es generar y resolver problemas. Es una visión simplista pero bastante útil. Alguna me dirá “y tomar decisiones”. Ya, pero tomar decisiones no es más que una necesidad que surge de la existencia de un problema, elegir entre alternativas que resuelven una determinada situación.
Tenemos que darnos prisa. A mi hija le faltan sólo 5 años para incorporarse al mercado laboral y no utiliza el correo electrónica para nada. Bueno, ni mi hija ni la tuya. ¡Tenemos que prepararles el terreno!
El otro día entré en pánico. Mi mujer me llamó. “Fernando, ¿Dónde están las entradas al salón del manga que compraste a Fernandito?” Yo ni me acordaba de ellas. Rebusco en el correo y no las encuentro. Debió ser hace meses y debí hacer algo mal, no había correo de confirmación.
Cada día se mandan más de 170.000 millones de emails. Esta cifra quizá sea demasiado grande para entender lo grande que es… pero digamos que cada segundo se mueven en torno a 2.000.000 emails. Si todos los habitantes de Barcelona (incluyendo los más mayores y los más pequeños) mandasen un email a la vez, aún no llegarían a esa cifra. ¡Y eso ocurre cada segundo! ¿Así se entiende mejor?