Una regla de oro: “NO lleves nunca un asesor a una reunión en la que no sepas exactamente a qué va”. —Me llevo a un abogado por si acaso…— ¡FALLO!

Dicen que no hay nada peor que un tonto motivado desocupado. Puedes sustituir “tonto” por “desinformado”, que para el caso es lo mismo. Los efectos son los mismos: “La incapacidad para emitir juicios razonables”.

Si te llevas a un asesor, o le llamas para opinar sobre algo, se sentirá obligado a decir algo, lo que sea, se sentirá obligado/presionado para opinar y demostrar que es capaz de aportar mucho valor. Lo que jamás hará el asesor es asegurarse de que dispone de toda la información necesaria para emitir su juicio, en general eso es algo que pocos humanos hacen: los científicos y no siempre. Lo único que hará el autor es construir un relato plausible con la poca información de la que dispongan para justificar una opinión aleatoria, imprecisa, errónea, poco fundada, inoperante, destructiva quizás y/o posiblemente.

Lo malo es que el que recibe esa opinión, incapaz de tener juicio propio por los mismos motivos, invariablemente actuará en base a dicha opinión. La causa de esto es que las personas somos muy buenas para ver si algo está mal: ver lo evidentemente defectuoso delante de nuestros ojos, pero somos entre muy malos y malísimos para identificar qué es lo que falta en una lista, en una imagen, y en el caso que nos ocupa, la falta de una información relevante para emitir un juicio bien fundamentado. 

Volviendo al ejemplo del abogado. Son especialistas en encontrar riesgos en cualquier situación, es su trabajo, después eso es lo que tiene que quedar cubierto en un contrato. Si en una conversación inicial con un posible socio quieres trabajar y construir con ellos en un clima de confianza, fundamental para crear conjuntamente algo más grande, si llevas un abogado… ¡El abogado opinará! ¿Sobre qué? Lo más normal es que si opina hable de las posibles malintencionalidades de una de las partes, de la importancia de protegerse de ellas, de los riesgos enormes de la operación, etc. Cuanto más grandes los riesgos, mayor será el valor añadido percibido por el asesorado y el asesor lo sabe. Es decir, pulverizarán el clima de confianza y efectivamente, en ese clima de desconfianza intoxicado construir será mucho más difícil y el hundimiento del proyecto mucho más probable. Profecía autocumplida.

El asesor desinformado hablará de riesgos, es lo más fácil. Los humanos, tras cientos de miles de años de evolución, estamos muy preparados para identificar riesgos; y en una sociedad que ha evolucionado y se ha sofisticado tanto en los últimos cientos de años, los riesgos para los que la evolución no nos ha preparado se multiplican. No hace falta mucho dato para poner riesgos encima de una mesa y sí mucha información para rebatirlos. Esa asimetría informativa llevará a enfocar mucho de los esfuerzos en minimizar riesgos inexistentes hasta el punto de poder llevar cualquier proyecto al naufragio.

Hace unos meses mantuve una reunión con el socio responsable de automoción de una gran compañía de consultoría. Le hablé del HUB y de cómo estaba el proyecto en líneas generales y, cuando terminé, soltó una perorata que se podía resumir en “Estoy completamente en contra del proyecto de HUB”. Además, añadió, — El otro día estuve hablando con un alto cargo del gobierno y le dije lo mismo—. Vamos que pasaba por ahí y opinó con el palillo entre los dientes y el lápiz en la oreja. Continué mi conversación con él, lógicamente, un poco más tensa de lo debido, para acabar descubriendo que esa persona no tenía ni idea de qué  iba el proyecto HUB, su información provenía de la prensa. No conocía los productos que íbamos a producir, ni las características de la fábrica, ni el mercado de los vehículos comerciales, nada de nada. 

Era lógico que interpelado por un miembro del gobierno esa persona opinase en contra del HUB, haber dicho que era una buena idea no le habría posicionado como un asesor de alto valor añadido, le habría hecho parecer un pusilánime sin opinión.


Fernando Gastón

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